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El año pasado, en una vieja estancia perdida entre los esteros, hicieron una yerra y después una fiesta a la noche. Todos estaban con un revólver de cada lado, y mientras bailaban con la otra mano largaban los tiros. Entonces mi hijo me dice: «Papá, quiero recoger todas las cápsulas». Yo le contesté: «Seguilos. Metete en el baile y recogelas». Se trajo como cien cápsulas vacías.

Uno de ellos estaba con un chico de 11 años, que sería su hijo. Se sacó el revólver, lo metió dentro de la loneta –estaba borracho– y le dijo: «Tomalo, ponelo en la base de ese árbol y te quedás a cuidarlo ahí. Cuidalo, porque si lo tengo yo en la mano, seguro que mato a alguien». El hijo se tuvo que quedar ahí, pobrecito. Entonces, el chico mío iba, lo visitaba, le llevaba empanadas, caramelos, qué se yo… ¡Qué mundo! ¿No?

Francisco Madariaga, en una entrevista realizada en el verano de 1996